Hace frío y alguien llora.
Quizás sea yo, aunque en este momento ni me doy cuenta de lo que hago, sólo sé
que mis pies está helados a causa de estar descalza y que en segundos alzaré la
vista para contemplar mi cuerpo semidesnudo delante del espejo.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgp4Z20x8s9t477oLt0qUkQ0yNRHWsCj00p_h49HIoaIO_xWA1GuF7aMyEpe1nWTOHl21sW7c4_JzZNsdgeXDoyp7vvJ3rhc3fVH6dtTVy0z9laabwlZGj8RlBvDm9JTK22TabVfFB1qkk/s1600/2012-11-07_192301.jpg)
46.2. No. No. No puede ser.
¿Por qué? Suspiro y vuelvo a secarme las lágrimas. Mamá dice que debería pesar
50 kilos acorde con mi estatura pero yo no estoy de acuerdo. Quiero pesar
menos, sentirme bien conmigo misma, ser más guapa, atraerle.
De
pronto, unos brazos -esqueléticos
prácticamente- me rodean. Están llenos
de heridas, cortes. Alzo la vista y puedo comprobar con mis propios ojos que
hay algo que me está rodeando, con una sonrisa que hace que se me ericen los
pelos de la nuca, unos dientes amarillos –y más de uno roto- y escasamente,
unos mechones de pelo, nada más.
Sé
quién es, la reconozco, por eso ni me inmuto. Su nombre es Mia, hace días que
viene a verme, exigiéndome que vomite mientras hace que meta tripa para verme
más bella.
Tengo
miedo pero no por no poder ser más guapa, sino porque Mia me siga observando y
acabe por ser mi sombra… por completo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario