Era sencilla, elegante en cierto modo y hasta guapa.
Lana era una más entre una multitud, una aguja en un pajar, podríamos decir que era hasta única pero eso ella no lo sabía ni lo compartía. Nunca se sintió especial, nunca pensó que destacara entre sus amigas, nunca pensaba nada bueno de ella misma.
No era como las típicas chicas que podías encontrarte normalmente por las redes
sociales, queriendo llamar la atención o sumidas en un estado de ánimo del que
ellas mismas ni se dan cuenta. Lana era diferente: le gustaba salir con
sus amigas y sentirse querida, no llamaba demasiado la atención entre el
público masculino debido posiblemente a su constante seriedad e inexpresividad
delante de ellos pero tampoco le importaba demasiado ya que era joven y sabía
que en algún momento habría alguien que la querría con y sus caras largas.
Pero, de repente, dejó de ser ella misma. Poco a poco empezó a haber algo que
había nacido dentro de ella aunque, por decirlo de algún modo, no había
florecido del todo. Esa sensación que no la dejaba ser ella misma, ese
sentimiento de culpa a muchas horas del día, eso era
su monstruo interior,
aunque ella no sabía que acabaría poco a poco con sus ganas de vivir, con su
forma de ver las cosas, con
ella misma.